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Su primer negocio fue la venta de un auto a uno de sus profesores, en la que recibió una comisión de la firma concesionaria. Cuando culminaba sus estudios, tomó la representación para la venta de alcoholes y melaza de la hacienda Laredo. Así se inició en el mundo de los negocios. También entró a trabajar con la firma Manucci, vendiendo lubricantes. Con las ganancias obtenidas, pasó a ser socio de la empresa. Al fallecer Manucci, en 1956, Banchero propone a la viuda y heredera el cambio de sus acciones en los lubricantes por una fábrica de envasado de pescado, perteneciente a Manucci. Las instalaciones se ubicaban en Chimbote.
De esta manera, Banchero dio el primer paso para convertirse en el zar de la pesquería peruana. Pronto, se da cuenta que el futuro de la pesca estaba en la harina de pescado. Por ello, la fábrica de envasado (que llevaba el nombre “Florida”) la transforma en una planta para procesar harina y, luego, funda la fábrica Humboldt; en esa ocasión afirmó: Con esto me voy arriba o me tendrán que guardar. Por esos años, Banchero viajaba constantemente entre Lima, Chimbote y Trujillo, viendo sus negocios y, sacando tiempo de donde no había, terminando su carrera universitaria.
Sus amigos tacneños no supieron nada de él hasta que, en los años 60, aparecieron las primeras informaciones del imperio pesquero que se empezaba a formar en el país, y que este joven empresario se perfilaba como el gran capitán del boom. Los años siguientes serían de admiración para quien de “la nada” estaba construyendo la más colosal empresa industrial y comercial del país y del mundo. Además, su vida empezó a teñirse de un glamour especial: compró un diario ("Correo", vocero del sector empresarial) y un equipo de fútbol (el recordado "Defensor Lima"); era amigo personal de grandes empresarios y millonarios extranjeros (como de Aristóteles Onassis); y se daba todos los lujos en hoteles y restaurantes de primera, tanto en el Perú como en el mundo. Nunca adquirió casa propia en Lima pues vivía en todo un piso que había alquilado en el entonces Hotel Crillón. En 1971, la misma persona que había regalado una gallina de macizos huevos de oro al magnate Aristóteles Onassis, con ocasión de su boda con la no menos célebre Jackie, viuda del presidente Kennedy, se presentó, humildemente, ante un jurado de profesores de la Universidad Nacional de Trujillo para sustentar su tesis “Proyecto de una planta de congelación y conservación de túnidos”.
Muchos lo vieron como potencial político de éxito, incluso como presidente del Perú. Cuando vino el golpe de Velasco y empezaron las expropiaciones, Banchero se entrevistó varias veces con el dictador pidiéndole, reiteradamente, que no estatice la industria pesquera.
La noticia de su trágico asesinato, ocurrido en el Año Nuevo de 1972, sumió a gran parte del país en una tristeza y desconcierto totales. Nadie podía creer que el excepcional empresario, lleno de vida, juventud y talento, podía morir en forma tan horrorosa y a muy temprana edad (como dijimos, algunos lo veían como futuro presidente el Perú). Tenía 42 años; sus restos fueron sepultados en el cementerio “El Ángel”. Los guardianes del camposanto aseguran que es la única tumba a la que nunca le faltan flores, pues llegan pescadores, gente anónima y hasta los mismos floristas le dejan una rosa porque, según dicen, les da suerte y augura buenas ventas.
Se ha conjeturado hasta lo inverosímil sobre el execrable crimen que cortó su fecunda existencia. Fue ultimado a golpes con una estatuilla en su residencia campestre de Chaclacayo. La crueldad del asesinato propició una serie de especulaciones. Hasta unos nazis no identificados fueron mencionados como posibles responsables del asesinato. Los acusados fueron su secretaria, María Eugenia Sessarego, y Juan Vilca Carranza, hijo del jardinero de su mansión. En Lima se inició un largo y sonado juicio que, no obstante los voluminosos expedientes de las diligencias practicadas, no dejó nada en claro, quedando así impune un demencial asesinato que conmovió a la sociedad peruana entera. Lo cierto es que después de su desaparición, el régimen de Velasco expropió toda la industria pesquera (se creó Pesca-Perú), con los resultados ya conocidos.
Algunos se preguntan ¿Qué hubiera sido del Perú si aún viviera Lucho Banchero Rossi? ¿Hubiéramos dominado antes que nadie la posibilidad de convertir la anchoveta en harina digerible por humanos, logrando una verdadera revolución en la lucha contra el hambre? ¿Su flota se habría dedicado a pescar para la mesa al igual que para la industria? ¿Chimbote habría sido el Hamburgo de sus sueños futuristas? Alguna vez, Banchero dijo: La pesquería es un negocio de hombres, es un negocio en el que la iniciativa y la decisión del hombre son vitales, y hemos demostrado en nuestro país que la iniciativa de la empresa privada es la que ha permitido lo que se ha dado en llamar el milagro de la pesquería peruana.
En 1980, el cineasta Francisco Lombardi presentó su película “Muerte de un magnate”, en la que reconstruye la vida y, sobre todo, la trágica muerte de Banchero. En la cinta se ve que Banchero llega a primeras horas de la mañana a su casa acompañado de su secretaria, Eugenia Sessarego, una mujer atractiva e inteligente con la que el magnate sostenía una estrecha relación. El tercer personaje aparece ante ellos poco después: Juan Vilca, jardinero de la casa. Durante el largo juicio que siguió a este caso, el jardinero alegó dos motivos principales para asesinar a Banchero: su fealdad era algo que ya no podía resistir, quería dinero para hacerse la cirugía plástica y cambiar su rostro; la segunda razón era su pasión por Eugenia Sessarego, a quien contemplaba ansioso desde hacía mucho tiempo. En el filme, no se descartaron las razones políticas que podían haber entrado en juego en este asesinato, y Eugenia Sessarego fue acusada de complicidad en el crimen. En la película se procuró el parecido físico de los actores con los protagonistas del caso, y los nombres recuerdan también vagamente a los de ellos.
Luis Banchero Rossi
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